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H. Zynisch y los papeles del timonel

magnum, lengua y sociedad

Desde un andén

Desde un andén Cuando entras en Milán a la estación de Garibaldi tienes que pasar por un tunel. Si llegas en un tren de largo recorrido es probable que pares en Centrale y te quedes pasmado ante los enormes carteles publicitarios de Naomi Campbell que cuelgan entre las columnas de la estación. Pero si vienes de un pueblo cercano, en un tren regional, casi seguro que te va a tocar Lambrate o Garibaldi. Allí no hay mujeres gigantes que se insinuen con el nombre de una marca de ropa tatuado en su piel de cartón, ni frisos de piedra narrando grandes hazañas bélicas del pueblo italiano; sino andenes sucios y gente corriendo entre baratijas y paraguas esparcidos en las mantas de los vendedores ambulantes, teléfonos, máquinas expendedoras de billetes y paneles anunciando retrasos continuos. Si además vas a Garibaldi, y no a Lambrate, entonces tienes que pasar por el tunel. Justo antes de entrar en la estación, el tren desaparece en las entrañas de la ciudad, sumergido bajo las venas del tráfico y los edificios de oficinas. Casi ni te das cuenta porque es tan ancho que no parece un tunel; como si las vías se apagasen al unísono bajo la sombrilla siniestra de Naomi Campbell. Pero sí que es un tunel, y tú ya estás dentro.

Los viajeros más experimentados se levantan y se colocan junto a las puertas para ser los primeros en salir y correr por la estación hacia sus destinos, más o menos deseados. Pero tú te quedas sentado, contemplando la oscuridad, y justo en ese momento comienza a sonar Penny Lane por los altavoces, mientras una voz enlatada te agradece que hayas viajado con ellos.

Penny lane is in my ears and in my eyes...

Tarareas la canción, confiando en volver de nuevo a la luz, bajo tu cielo suburbano.

There beneath the blue suburban skies...

El tramo continúa y parece alargarse más y más ante tus ojos. Cada maldita luz de emergencia del pasaje te produce la sensación de estar en un final que, en realidad, no es más que ilusión. Los Beatles comienzan a repetir lo de Penny Lane Penny Lane. El tiempo se detiene y llega ese instante en que superas el miedo y la perplejidad ante tu situación y aceptas que el resto de tu vida se va a desarrollar en ese vagón vacío, en ese tren que marcha en la noche. Y te das cuenta de que te gusta. Que puedes olvidar al fin que detestas tu trabajo y te pasas el día a las carreras sin entender por qué; que a tu lado la gente no te escucha ni tú tampoco a ellos. Te das cuenta de que antes que volver a tu vida, prefieres la aventura de recorrer los vagones del tren fantasma y sentarte a intercambiar historias con los compañeros de viaje.

I sit, and meanwhile back...

El chasquido neumático de las puertas abriéndose te saca del ensimismamiento. El tren está quieto, ha vuelto luz. De nuevo las carreras, las obligaciones, los trámites, el no escuchar. Caminas por la estación y te diriges al metro. Otro tren que viaja sin descanso entre las tinieblas; pero es otro mundo completamente diferente.

Horas después vuelves a esa estación, ves el retraso de tu tren en el panel de salidas y te sientas en un banco a esperar. Miras a los otros pasajeros que se resignan ante la larga espera. Te gustaría pasar el resto de tu vida con ellos en un vagón de tren. Sacas un bolígrafo y un bloc de notas, pulsas play y comienzas a escribir tu primer artículo offline. Esta vez no es Penny Lane lo que suena.

So many fish there in the sea
I wanted you, you wanted me
That's just a phase, it's got to pass
I was a train moving too fast [...]


[via foto]