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H. Zynisch y los papeles del timonel

Estación central

Estación central Para conocer una ciudad no hay nada como visitar sus estaciones. Las de autobuses son sórdidas, frías y con paredes de hormigón que huelen a tubo de escape; con imprescindibles quioscos de periódicos recién impresos y postales amarillentas, con cafeterías con sabor a café con leche de desayuno somnoliento y baños en permanente estado de putrefacción. Como es bien sabido que allí se reunen siempre elementos marginales de la sociedad, se aguanta todo lo posible antes de acercarse a las puertas con el cartel HOMBRES / MUJERES colgado, hasta que no queda otro remedio y se entra con la respiración detenida y de puntillas entre charcos de un líquido que podría ser agua, pero no lo es.

Las estaciones de trenes son más personales, mis preferidas. Es posible leer entre los bancos de la sala de espera los inevitables signos de tristeza del pueblo que se queda sin jóvenes, los restos de una próspera capital de provincia venida a menos o los esfuerzos del pueblo de las afueras de una gran ciudad que se convirtió en periferia urbana a base de inmigrantes explotados hacinándose en pisos mínimos y feos y con el color de la fritanga y los orines pegado a sus paredes de forma perpetua. A veces huelen a plástico pasado de moda fundiéndose con tubulares de acero, a veces a ruido de reloj o a puerta de metacrilato incrustada en piedra y algunas otras a gente sudando que arrastra una maleta con ruedas. A veces arrastan heridas incurables. Y siempre hay miedo y un par de miradas tristes y alguien que espera un cercanías con la falsa esperanza de no volver y la pareja que se dice adios clavándose los ojos dentro de la cabeza.

Milano Centrale es un poco de todo esto, extendiéndose por 66.500 metros cuadrados de reminisciencias de otra época. Antes que la actual había otra, pero fue reformada y ampliada con el impulso de Mussolini y así quedó como monumento y al mismo tiempo gran logro del fascismo italiano. Frank Lloyd Wright o Aldo Rossi han dicho de ella que es la estación más hermosa del mundo; tal vez es verdad, sobre todo si se visita al atardecer y sin demasiada gente y olvidando que es la Estación Central de Milán, esa ciudad industrial y lujosa, autoerigida como capital de la moda y del estilo, donde se ha olvidado el dialetto y rige la dictadura de la apariencia y el United Against Ugliness!. Esa infame Milán en que más de un millón de almas se buscan sin consuelo y terminan encontrándose en una estación de trenes. Y es que a lo mejor es mi imaginación, pero cada vez que paso por ella reconozco un rostro con el que ya me he cruzado antes. El estudiante que coge por las noches el tren a la misma hora que yo. Los ojos sin brillo de un anoréxico que miraba sin ver en la infinita tristeza de un McDonalds. La chica bajita que agarra a Bob Marley por el cuello --si Bob Marley fuese un veinteañero italiano con rastas-- y le incrusta un beso hasta lo más profundo de su voz. Los gritos furiosos del loco instalado al final de las vías. La sonrisa tímida de un chico/chica con barba y zapatos de tacón que pide amablemente cambio para una máquina de chocolatinas...

Pero lo cierto es que la estación es también un lugar miserable. En un lateral se amontonan anuncios por las paredes, garabateados en una lengua extraña (ruso como mínimo), junto a orientales de distintas nacionalidades que regatean el precio de productos insondables en un italiano deletreado a duras penas. En otro se turnan la décima botella vacía varios grupos multiétnicos que miran a los carabinieri con compasión cuando éstos pasan enfundados en sus aparatosos uniformes. Y un hombre negro con mil collares empuja de malos modos a su chica y le insiste con su discurso de gimme the money gimme the money o vieni domani vieni domani, que en realidad es lo mismo, excepto que Milán no es Chicago.

Describir la Estación Central de Milán es hablar de una mole gigantesca con surtidores de agua que tienen forma de cabeza de león adornando las paredes y caballos con alas e increíbles relojes octogonales colgando en la entrada. Es quizás la más bella estación del mundo, si se logra olvidar que se alza en la misma ciudad que concentra a todos los perdedores alrededor de sus jardines. Y también es una estación de tren, donde la gente corre y grita y mira los paneles y deja un trozo de sus vidas en los andenes. Cuando esas vidas terminen, la Estación Central seguirá erguida en el mismo sitio, con sus leones, sus caballos y su desesperación impenetrable.

2 comentarios

srpause -

Las estaciones de algunas ciudades son los tiempos muertos del frío. Paradoja del viaje, es allí donde un situacionista errante puede concentrarse en la inmovilidad.
La voz metálica de los altavoces es la más dulce "lullaby" antes de volver a enfrentarse con las calles nórdicas como la distancia dolorosa entre dos puntos.
(Waverley Station. Edinburgh. Scotland)

Leyla -

Ya se te echaba de menos!! Yo nunca me había planteado cuál es la estación de tren o bus más bonita que conozco, pero supongo que por ser escenario de momentos representativos de mi vida, sería la de Collado Villalba (antes de su remodelación). Lo que está claro es que, si alguna vez voy a Milano Centrale, será imposible no acordarse de este post. ;-)