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H. Zynisch y los papeles del timonel

La cama de Miss Rusia

La cama de Miss Rusia Decía que se llamaba Oxana. No es un mal nombre. Decía, también, que quería entrar en el mundo del espectáculo; quería ser cantante. Todo quedó en un mediocre intento. Luego se marchó a E.E.U.U. a buscar un marido que pagase sus vestidos caros y no hiciese preguntas.

Decía que una vez había sido Miss Rusia y que tenía 25 años. Su pasaporte, curiosamente, se empeñaba en decir que tenía 30. Oxana. Lo primero que se me ocurrió, mientras me lo contaban, fue buscar en Internet. Efectivamente, existe una Miss Rusia llamada Oxana, Oxana Federova para más señas. Ganó el concurso de Miss Universo celebrado en el 2002 en Puerto Rico. Increíble --pensé. Sí, increíble, de hecho increíble es la palabra perfecta. En ninguna de las fotos de esa Oxana, la que fue proclamada un año como la más bella del mundo, reconocí a esta otra Oxana, tan cercana pero tan irreal. Quizás Oxana es un nombre muy frecuente en Rusia. Quizás era cierto que había sido Miss Rusia y solamente estoy equivocando la fecha, ¿por qué no?. Lo que sí hizo esta Oxana es dormir en mi cama, es decir, dormir en la cama en la que ahora duermo yo. Ella pasó por esta casa hace meses y se alojó en la misma habitación donde han estado escritores, artistas, músicos, colaboradores y hombres de empresa. Esa habitación con la chaise loungue en la que vivo desde hace casi tres semanas. Ella la habitó durante tres meses. Ahí estuvo durmiendo, noche tras noche, durante más de noventa días. Ahí se vestía, ahí se desvestía, ahí maquinaba una forma de vivir el lujo sin pagar por él. Su primer marido se había quedado en la cuneta cuando ella comenzó su (breve) carrera en las pasarelas. Su segundo marido, miembro adinerado del sórdido ambiente de la exportación petrolífera rusa, la llamaba incesamente por teléfono para controlar sus movimientos de mariposa herida.

Era demasiado baja para ser una de las grandes. Para mí, una deliciosa ironía, para ella, supongo, la desgracia que le impedía brillar en el entorno de Versace & cia. Y ahí estaba, incansable, buscando una forma de entrar en la burbuja de la gente fashion. Todos los días iba a Milán a buscar su escurridiza puerta de acceso. Mientras, su celoso marido seguía telefoneando y seguía pagando los vestidos caros y la vida nocturna de Milán y los taxis en que se traía a otros hombres a esta casa. A esta habitación donde ahora duermo. Tal vez fue por causa de su broken english, o tal vez por su mala fortuna, pero no lo consiguió. Así que se fue a E.E.U.U. Un buen lugar para encontrar lo que quería. Planeaba llevarse allí a su madre y a su hijo (que vivía en Rusia, con la abuela). Sólo necesitaba el dinero de un próximo marido.

La última noticia suya fue una llamada desde una fiesta de Robbie Williams. Era de noche, a lo mejor estaba borracha. Cada vez que ahora entro en la habitación la imagino sentada en la cama, preparándose para salir, con su vestido de Christian Dior y un bolso de Gucci de 3.000 euros. Increíble --pienso. Cierro la puerta y estoy de nuevo solo. Increíble.

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