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H. Zynisch y los papeles del timonel

cuaderno de bitácora

Desesperanza

Desesperanza Últimamente me pregunto con frecuencia si tiene alguna utilidad la desesperanza. La cálida y reconfortante desesperanza con que a veces se tiñe mi vida, como algunos me han hecho notar. Y digo la desesperanza, que no la desesperación, pues entre ellas existen importantes diferencias. La desesperación es un extremo; es final de un itinerario e inicio de otro más violento. La desesperanza, en cambio, es sólo quedarse quieto y saber que no se avanza. Precisando un poco más, según la versión electrónica del diccionario de la RAE:


Desesperanza.
1. f. Falta de esperanza.
2. f. Estado del ánimo en que se ha desvanecido la esperanza.



Desesperación.
(De desesperar).
1. f. Pérdida total de la esperanza.
2. f. Alteración extrema del ánimo causada por cólera, despecho o enojo.

Por ejemplo, si usted es prisionero de una relación sin sentido ni futuro, y además le quedan quince años en un empleo monótono y mal remunerado para terminar de pagar la hipoteca que lamenta haber iniciado, probablemente note la desesperanza asomando cada día, al levantarse, entre sus zapatillas. Estará ahí, sin más ni más, recordándole que tiene una rutina marcada al compás del horario de las superficies comerciales. Carecerá de expectativas concretas para atrapar una vida mejor y divagará, aburrido, entre la programación nocturna de los canales de televisión. Sin ilusiones ni miedos definidos. La cálida desesperanza que le hace sentir vivo. Y lo más cercano a la felicidad serán esos momentos de alivio tras leer la sección de sucesos de los diarios, convencido a fuerza de titulares de que hay cosas peores que la rutina. Si además un lunes llega a su puesto de trabajo y se encuentra con un expediente de regulación de empleo, 40 años en su D.N.I., ojeras, calva prominente y dos bestezuelas irreconocibles a su cargo que gastan más de 100 euros al año en material escolar, quizás entonces sentirá el toque amargo de la desesperación agriando su desesperanza perpetua.

Pero la desesperación tiene una utilidad. Consigue que nos decidamos a hacer lo que jamás nos atreveríamos en condiciones normales. Buscar un empleo mejor, romper lazos absurdos o estrellar un coche en el escaparate de un McDonalds a las 5:30 de la mañana. Adecuadamente controlada nos impulsará con fuerza inaudita hacia algún destino diferente. De cualquier otra forma seremos presa fácil de la ira y nos convertiremos en sencillos muñecos manipulables. En aviones que se estrellan contra edificios o antorchas humanas a las puertas de un juzgado. Peligrosa desesperación sí, pero útil. Frank Miller escribió una vez que un hombre sin esperanza es un hombre sin miedo. Tal vez sería más correcto decir que es el hombre desesperado, y no el desesperanzado, el que actúa sin miedos. Porque la desesperanza no da valor a nadie, apenas nos vuelve individuos vulnerables e inermes en una sala de espera sin marcador electrónico. Por eso me cuestiono últimamente si tiene algún sentido sentir la anulante desesperanza tan a menudo como me sucede. La tranquila e inútil desesperanza...

[Foto extraída de "Sleepwalk & other stories", Adrian Tomine]

Reduciendo mi pequeño mundo a 5 frases.

Reduciendo mi pequeño mundo a 5 frases. "Continúan activos 26 incendios en Galicia, ocho con máxima alerta" [vía LaVoz.es]

"La clave para hablar bien inglés no es tanto la pronunciación de las palabras, como la entonación de la frase. Vosotros hablais con ritmos marcados y regulares, en inglés, en cambio, sólo se oyen las sílabas fuertes de las palabras, el resto se inventa..."
(Tasha, Scotland)

"Yo. cut it.
Soy un perdedor
I’m a loser baby, so why don’t you kill me?"


"Pequeña senerata alrededor de una playa. Sonaban peces y palabras." (sobre "For All Seasons") [vía Elástico.net]

"La octava edición del salón del cómic coruñés, Viñetas desde o Atlántico, concluyó ayer..."

A las puertas del cielo

A las puertas del cielo me quedé llamando hace unos días, pero no se abrieron, ni se vinieron abajo para dejarnos pasar a los que allí fuera protestábamos. Dentro, Lou Reed, hablando, supongo, con su voz de terciopelo manchado de heroína. Y no sólo él, también Laurie Anderson y el perro de ambos. A las puertas del cielo me quedé llamando porque cuando el cielo es gratis todos quieren entrar, aunque sólo sea para dormitar entre las nubes y después contar a los amigos que el cielo no es tan especial, que el cielo puede esperar. Para mí, por desgracia, sí que tendrá que esperar.

El fin que no tiene fin

El fin que no tiene fin B.S.O: Room On Fire, pista 9.

Una de las diferencias principales entre la historia y la ficción es que la ficción siempre tiene un final. Lo sabemos y por eso esperamos desde un principio el click último de la obra en el que todo encaja. Cuando se encienden las luces del cine, cuando se pasa la última página de una novela, cuando el disco de musica llega al final y se escucha el ruido tenue del reproductor al detener la rotación del motor, entonces sabemos que la fantasía ha terminado y que estamos de vuelta en nuestro mundo inconcluso. Ese mundo en que las batallas o bien se pierden o bien permanecen abiertas a la espera de ejecutar su venganza tardía. Nos confiamos o nos resignamos por un instante y al día siguiente aparece en Internet las entradas para un concierto de los Pixies, o de los Doors o incluso de los Backstreet Boys... ¿pero es que nunca hay un final?

Es inútil, pues, esperar a que se tapen las vías de agua del barco. Inútil creer que terminaré de limpiarle el olor a humedad y a algas, porque el final no tiene final. Mejor aprender a convivir con el océano estanco en las rodillas, como Johny Deep en Miedo y asco en las Vegas. Antes aceptar la innata imperfección de una vida que morirse a las puertas de una perfecta quimera, esperando a que su guardián nos permita la entrada.

Tendré que ser breve y necesariamente intenso, y tendré que jugar con las palabras como si fuese su dueño. Sí, creo que una vez más estoy de vuelta, telegrafiando desde una tempestad sin límites. Violaré las reglas de abordo y me saltaré las guardias. Si aún queda alguien para seguir el viaje, que lo aproveché (y gracias por no saltar al bote salvavidas).

The end has no end, the end has no end, the end has no end, the end has no end, the end has no end...

La tempestad

La tempestad Aunque sé que no es una disculpa válida, lo cierto es que a veces las circunstancias obligan. Decidimos nuestras vidas y tejemos lentas espirales a nuestro alrededor hasta que, sin saber cómo, estamos atrapados en una deshilachada tela de sueños inconclusos, entre un pasado razonablemente imperfecto y un futuro tan indeciso como esperanzador. Pero siempre hay una salida del laberinto para quien quiere buscarla. Y yo la estoy buscando.

Lo que quiero decir es que este timonel no ha abandonado todavía el barco; sin embargo, la mar está inquieta y apenas tiene tiempo para recluirse en su camarote a recopilar los papeles del capitán, que tampoco abandona. Quizás varios días, quizás unas semanas, pero igual que toda tempestad acaba por morir entre los juguetes de un niño en la playa, la tinta volverá a correr fresca entre los iones teletransportados de tu pantalla. No ha llegado todavía el momento de que todo termine [aquí]. No abandoneis, os pido, este Titanic sin brecha que todavía navega. No cojais los botes, todavía hay vida.

La lluvia y la luz

La lluvia y la luz La vida es, desde luego, sorprendente. Hace 25 horas había decidido acercarme hoy a Milán a ejercer de turista, como corresponde a todo extranjero que habite cerca de una gran ciudad. Una hora más tarde, es decir, hace 24, había cancelado mis planes de europeo medio --lo cual espero no ser-- porque la previsión meteorológica anunciaba mal tiempo para el turismo a pie. Así que, un día más, me he quedado en el interior de esta mezcla entre mansión, hogar post-moderno y lugar de trabajo de chic y creativo.

Pero, pero... siempre hay un pero, claro. Sin conflictos no habría tragedias, dramas, historias ni arte. Así que el "pero" de esta historia es que la previsión meteorólogica se equivocó y ha sido un día espléndido. No he caminado por Milán. He estado, de nuevo, aquí encerrado y he prestado unas horas de futura vista cansada a este ordenador. Éste prodría ser el final del artículo, en cuyo caso, sería una tragedia. Una tragedia mínima, cotidiana, de las que no se puede extraer material ni para un anuncio. Pero, nótese que aquí hay otro pero, a cambio mi salud ocular (y mental) he descubierto que mi jefe, es decir, mi anfitrión, ha ganado un Oscar. No sé exactamente cuál era su función, quizás incluso director, pero este hombre dice haber ganado un Oscar por un cortometraje. Lo que es indudable es que ha realizado al menos un cortometraje, pues me ha mostrado un fotograma enmarcado del mismo, con inscripciones por detrás que hablaban de su trayectoria profesional como cineasta (ha estudiado cine en Los Ángeles, Tokio, etc.). Había también una foto en blanco y negro suya, tomada hace muchos años. Parecía Coppola.

No entiendo cómo ha podido suceder que alguien con aquellos brillantes inicios haya llegado hasta aquí. Es decir, es bastante rico, sí, tiene contactos en muchos sectores y continúa, de alguna manera, ligado al mundo audiovisual, pero es distinto. Ahora lo veo todos los días vestido con sus trajes caros, con corbatas, con el pelo corto y la barba rasurada... ¿qué ha sido de aquel tipo desaliñado y creativo? Según su compañera, mi jefa, es la vida quien decide estas cosas. Extraño, sin duda.

La mejor parte ha llegado después, cuando me ha mostrado que esta empresa fue la que se ocupó de todo el diseño gráfico en la entrega de los premios Grolle d'Oro 2003 (el equivalente italiano a los César franceses o a los Goya españoles). Lo he visto con mis propios ojos: los carteles, los libretos, los DVDs... En su página web tienen vídeos de las conferencias que dieron algunas personalidades del cine italiano, entre ellos Storaro, Vittorio para mi jefe, que, al parecer es amigo suyo. "Cualquier día le llamamos y hablamos con él, ¿vale?" -- ha dicho para terminar.

Teniendo en cuenta que en esta casa hay un libro enorme de Tashen sobre "Some like it hot", que incluye una copia fotográfica del libreto de Marilyn Monroe en la que podemos ver incluso las anotaciones personales de Norma Jeane; pues, no sé, a lo mejor es verdad. Al menos la ilusión no me va la a quitar nadie.

He tenido durante horas una sonrisa de oreja a oreja. Realmente sorprendente esta vida, sí señor.