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H. Zynisch y los papeles del timonel

La casa de Romano Prodi

Este fin de semana he conocido dos nuevas ciudades: Milán y Bolonia. He sumado puntos en mi cuaderno de viajes personal, y, sin embargo, me parecen más importante las circunstancias en que ha ocurrido que las ciudades en sí. Posiblemente dentro de un año pensaré lo contrario. Si es así, espero tener la dignidad de decirlo.

Milán es como una burbuja de metacrilato y nylon cosida en la piedra. Si tuviera que resumirlo en una imagen sería una foto de la tienda de Louis Vuitton en las galerías de la plaza del Duomo. Lujo, antigüedad y tiendas caras.

Bolonia, en cambio, esta llena de gente joven, de perros, de estudiantes, de palacetes e iglesias antiguas, de arcos y soportales, de calles habitables y plazas con su mercadillo de fin de semana. Me ha recordado a Toulouse, que es únicamente otra forma decir que me ha gustado.

He comentado antes que las circunstancias han sido más importantes que las ciudades, y ahora me despido sin haber hablado más que de adoquines y tiendas. ¿Una traición? No, pero las circunstancias pasan. Las he vivido, no sirve contarlas. ¿Quien podría apreciar la belleza de aquella discusión en el tren con un tipo de derechas que hablaba y hablaba del pasado glorioso de Italia, cuna de la civilización; y Roma, capital del mundo? Ni eso, ni el hecho de que aquel vecino de infancia de Romano Prodi, se equivocó en más de veinte minutos con la hora en que llegaba el tren a Bolonia. Un jubilado del sur de Italia, que lamentaba que mi viaje --y por ende nuestra conversación-- terminase tan pronto, acertó de lleno. Esa misma noche, caminando por Bolonia, pasé por delante de la actual residencia de Romano Prodi, con un coche de policía apostado continuamente en la puerta. Pensé, por un instante, si sería verdad que él era el más tonto de una familia extraordinaria de once hermanos, tal y como había dicho su (presunto) compañero de infancia. Si había fallado con el horario del tren, quizás tampoco merecía la pena escucharle en esto.

Respiré la noche primaveral, miré al policia y seguí caminando bajo la ventana de uno de los máximos impulsores de la U.E. en los últimos tiempos. La hermosa Bolonia me acogía en sus brazos de piedra.

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